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𝟛𝟙 𝔽𝕝𝕠𝕣𝕖𝕤 𝕡𝕒𝕣𝕒 𝕝𝕒 𝕍𝕚𝕣𝕘𝕖𝕟 𝕄𝕒𝕣𝕚𝕒

✞Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor, Dios nuestro.
✟En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

*Acto de contrición:* Señor mío, Jesucristo…

*Invocación inicial* ¡Virgen de las gracias! Haz que continúe tu protección sobre todos los hijos de la Iglesia universal que, por la gracia del Espíritu Santo, son todos hermanos. La vida de aquí abajo no está exenta de sacrificios y de cruces. Pero mirándote a ti, todo se vuelve leve y ligero. Amén.

*Peticiones*
Que tu Madre, refugio de pecadores, interceda por nosotros, para que obtengamos el perdón de nuestros pecados. Ave María.
Tú, que hiciste a tu Madre llena de gracia, concede la abundancia de tu gracia a todos los hombres. Ave María.
Tú, que quisiste nacer de María Virgen para ser hermano nuestro, haz que todos los hombres nos amemos fraternalmente. Ave María.

*Con flores a María*
En este momento, según el día del mes, se ofrece a María uno de los obsequios espirituales que se proponen más adelante.

🌸 *Día 14:* María, Madre, tú sabías reflexionar y animar, sabías curar las angustias: enséñame la virtud de la prudencia y no dejes que me ahogue en un vaso de agua.
_Te ofrezco: tener hoy pensamientos positivos y de esperanza._

*Oraciones finales*

*Oración de san Bernardo*
Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que ha acudido a vos, implorando vuestra asistencia y reclamando vuestro auxilio, haya sido abandonado de vos. Animado con esta confianza, a vos también acudo, oh Virgen, Madre de las vírgenes, y, aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante vuestra presencia soberana. No desechéis, oh purísima Madre de Dios, mis humildes súplicas; antes bien, escuchadlas favorablemente. Así sea.

_Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza. A ti, celestial Princesa, Virgen sagrada, María, te ofrezco en este día alma, vida y corazón; mírame con compasión; no me dejes, Madre mía._

*Regina Coeli* 👸

Reina del cielo, alégrate, aleluya, porque el que mereciste llevar en tu seno, aleluya, ha resucitado, según su palabra, aleluya. Ruega por nosotros a Dios, aleluya. Gózate y alégrate, Virgen María, aleluya. Porque verdaderamente ha resucitado el Señor, aleluya.

*Oración*
Oh Dios, que por la resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, has llenado el mundo de alegría, concédenos por intercesión de su Madre, la Virgen María, alcanzar el gozo de la vida eterna. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

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1. PROHIBIDO CORRER: Es corto; no tengas prisa en acabar. No es leer y ya está. Dale tiempo a que Ella te hable.

2 LO QUE NO ESTÁ ESCRITO ¿Sabes qué es lo mejor de este texto? Lo que no está escrito y tú le digas; la conversación que tú, personalmente, tengas con María.

*ORACIÓN INICIAL PARA CADA DÍA*

Santa María, ¡Madre de Dios y Madre mía! Eres más madre que todas las madres juntas: cuídame como Tú sabes. Grábame, por favor, estas tres cosas que dijiste:

*"NO TIENEN VINO":* presenta siempre a tu Hijo mis necesidades y las de todos tus hijos.

*"HACED LO QUE ÉL OS DIGA":* dame luz para saber lo que Jesús me dice, y amor grande para hacerlo fielmente.

"HE AQUÍ LA ESCLAVA DEL SEÑOR": que yo no tenga otra respuesta ante todo lo que Él me insinúe.


*Día 14: Dejadme a María: el escapulario*

El día 16 de julio de 1251 se apareció la Virgen a San Simón Stock, superior General de las Carmelitas, y prometió unas gracias y cuidados especiales para aquellos que llevaran el escapulario del Carmen.

El escapulario es una pequeña imagen de la Virgen del Carmen en tela (puede ser también una medalla) para colgarse al cuello.

Santa María quiere que llevemos una imagen suya en el pecho. Y como llevar el escapulario puesto significa que se le ama y que se quiere la compañía y protección de María, la Virgen prometió a quienes viviesen y muriesen con el escapulario que Ella se encargaría de conseguirles la ayuda para obtener la perseverancia final; es decir, una ayuda particular para que, quienes no estén en gracia, se arrepientan en los últimos momentos de su vida. Y además prometió que Ella se encargaría de que saliese del purgatorio al sábado siguiente a la muerte.

Es lógico: si no le dejamos, ella no nos dejará.

Cuentan que cuando fue elegido Papa León XI, mientras le revestían con los hábitos papales, le quisieron quitar el escapulario que llevaba entre la ropa. El Papa dijo a los que le ayudaban: "Dejadme a María, para que María no me deje"

Madre mía, llevaré siempre el escapulario. No te dejaré, y Tú no me dejes en ningún momento.

Continúa ahora hablándole un rato.

*ORACIÓN FINAL PARA CADA DÍA*

_¡OH SEÑORA MÍA, Oh Madre mía! Yo me ofrezco enteramente a ti; y en prueba de mi amor de hijo te consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón; en una palabra, todo mi ser. Ya que soy todo tuyo, Madre buena, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén
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  𝕍𝕚𝕧𝕚𝕖𝕟𝕕𝕠 𝕃𝕒 ℙ𝕒𝕤𝕔𝕦𝕒

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*Día 44- Don de Piedad*

*ORACION INICIAL*

Señor mío y Dios mío
Dios de la salvación renovada de generación en generación, resucita en nosotros todo lo que es muerte y lejanía de ti, danos vida y actitudes de resucitados contigo y haznos testigos de tu reino entre los hombres, por el amor, la justicia y la paz.

Pon sabiduría, Señor, en nuestro lenguaje, pon ternura en nuestra mirada, pon misericordia en nuestra mente que hace juicios, pon entrega y calor en nuestras manos, pon escucha en nuestros oídos para el clamor de los hermanos, pon fuego en nuestro corazón para que no se acostumbre a sus carencias y a su dolor.

Quédate con nosotros, haznos gustar el pan del evangelio, deja que en el camino, mientras vas con nosotros, se nos cambie la vida... Y envíanos de nuevo, audaces y gozosos, para decir al mundo que vives y que reinas, que quieres que el amor solucione las cosas, y cuentas con nosotros.

Y que Tú vas delante, como norte y apoyo, como meta y camino, hasta el fin de los días.

*MEDITACION*
_El Don de Piedad_

- Este don tiene como efecto propio el sentido de la filiación divina. Nos mueve a tratar a Dios con la ternura y el afecto de un buen hijo hacia su padre.
- Confianza filial en la oración. El don de piedad y la caridad.
- El espíritu de piedad hacia la Virgen Santísima, los santos, las almas del Purgatorio y nuestros padres. El respeto hacia las realidades creadas.


I. El sentido de la filiación divina, efecto del don de piedad, nos mueve a tratar a Dios con la ternura y el cariño de un buen hijo con su padre, y a los demás hombres como a hermanos que pertenecen a la misma familia.

El Antiguo Testamento manifiesta este don de múltiples formas, particularmente en la oración que constantemente el Pueblo elegido dirige a Dios: alabanza y petición; sentimientos de adoración ante la infinita grandeza divina; confidencias íntimas, en las que expone con toda sencillez al Padre celestial las alegrías y angustias, la esperanza... De modo particular encontramos en los salmos todos los sentimientos que embargan el alma en su trato confiado con el Señor.

Al llegar la plenitud de los tiempos, Jesucristo nos enseñó el tono adecuado en el que debemos dirigirnos a Dios. Cuando oréis habéis de decir: Padre... (1). En todas las circunstancias de la vida debemos dirigirnos a Dios con esta filial confianza: Padre, Abba... En diversos lugares del Nuevo Testamento el Espíritu Santo ha querido dejarnos esta palabra aramea: abba, que era el apelativo cariñoso con que los niños hebreos se dirigían a sus padres. Este sentimiento define nuestra postura y encauza nuestra oración ante Dios. Él "no es un ser lejano, que contempla indiferente la suerte de los hombres: sus afanes, sus luchas, sus angustias. Es un Padre que ama a sus hijos hasta el extremo de enviar al Verbo, Segunda Persona de la Trinidad Santísima, para que, encarnándose, muera por nosotros y nos redima. El mismo Padre amoroso que ahora nos atrae suavemente hacia Él, mediante la acción del Espíritu Santo que habita en nuestros corazones" (2).

Dios quiere que le tratemos con entera confianza, como hijos pequeños y necesitados. Toda nuestra piedad se alimenta de este hecho: somos hijos de Dios. Y el Espíritu Santo, mediante el don de piedad, nos enseña y nos facilita este trato confiado de un hijo con su Padre.

Mirad qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios, y lo somos (3). "Parece como si después de las palabras que seamos llamados hijos de Dios, San Juan hubiera hecho una larga pausa, mientras su espíritu penetraba hondamente en la inmensidad del amor que el Padre nos ha dado, no limitándose a llamarnos simplemente hijos de Dios, sino haciéndonos sus hijos en el más auténtico sentido. Esto es lo que hace exclamar a San Juan: ¡y lo somos!" (4).
El Apóstol nos invita a considerar el inmenso bien de la filiación divina que recibimos con la gracia del Bautismo, y nos anima a secundar la acción del Espíritu Santo que nos impulsa a tratar a nuestro Padre Dios con inefable confianza y ternura.

II. Esta confianza filial se manifiesta particularmente en la oración que el mismo Espíritu suscita en nuestro corazón. Él ayuda nuestra flaqueza, pues no sabiendo siquiera qué hemos de pedir en nuestras oraciones, ni cómo conviene hacerlo, el mismo Espíritu pide por nosotros con gemidos que son inenarrables (5). Gracias a estas mociones, podemos dirigirnos a Dios en el tono adecuado, en una oración rica y variada de matices, como es la vida. En ocasiones, hablaremos a nuestro Padre Dios en una queja familiar: ¿Por qué escondes tu rostro...? (6); o le expondremos los deseos de una mayor santidad: a Ti te busco solícito, sedienta está mi alma, mi carne te desea como tierra árida, sedienta, sin aguas (7); o nuestra unión con Él: fuera de Ti nada deseo sobre la tierra (8); o la esperanza inconmovible en su misericordia: Tú eres mi Dios y mi Salvador, en Ti espero siempre (9).

Este afecto filial del don de piedad se manifiesta también en rogar una y otra vez como hijos necesitados, hasta que se nos conceda lo que pedimos. En la oración, nuestra voluntad se identifica con la de nuestro Padre, que siempre quiere lo mejor para sus hijos. Esta confianza en la oración nos hace sentirnos seguros, firmes, audaces; aleja la angustia y la inquietud del que sólo se apoya en sus propias fuerzas, y nos ayuda a estar serenos ante los obstáculos.

El cristiano que se deja mover por el espíritu de piedad entiende que nuestro Padre quiere lo mejor para cada uno de sus hijos. Todo lo tiene dispuesto para nuestro mayor bien. Por eso la felicidad está en ir conociendo lo que Dios quiere de nosotros en cada momento de nuestra vida y llevarlo a cabo sin dilaciones ni retrasos. De esta confianza en la paternidad divina nace la serenidad, porque sabemos que aun las cosas que parecían un mal irremediable contribuyen al bien de los que aman a Dios (10). El Señor nos enseñará un día por qué fue conveniente aquella humillación, aquel desastre económico, aquella enfermedad...

Este don del Espíritu Santo permite que los deberes de justicia y la práctica de la caridad se realicen con prontitud y facilidad. Nos ayuda a ver a los demás hombres, con quienes convivimos y nos encontramos cada día, como hijos de Dios, criaturas que tienen un valor infinito porque Él los quiere con un amor sin límite y los ha redimido con la Sangre de su Hijo derramada en la Cruz. El don de piedad nos impulsa a tratar con inmenso respeto a quienes nos rodean, a compadecernos de sus necesidades y a tratar de remediarlas. Es más, el Espíritu Santo hace que en los demás veamos al mismo Cristo, a quien rendimos esos servicios y ayudas: en verdad os digo, siempre que lo hicisteis con algunos de estos hermanos míos más pequeños, conmigo lo hicisteis (11. ) La piedad hacia los demás nos lleva a juzgarlos siempre con benignidad, "que camina de la mano con un filial afecto a Dios, nuestro Padre común" (12); nos dispone a perdonar con facilidad las posibles ofensas recibidas, aun las que nos pueden resultar más dolorosas. Así nos lo indicó el Señor: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen, orad por los que os persiguen y calumnian, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace nacer su sol sobre buenos y malos, y llover sobre justos y pecadores (13). Si el Señor se refiere aquí a ofensas graves, ¿cómo no vamos a perdonar y disculpar los pequeños roces que lleva consigo toda convivencia? El perdón generoso e incondicionado es un buen distintivo de los hijos de Dios.


III. Este don del Espíritu Santo nos mueve y nos facilita el amor filial a nuestra Madre del Cielo, a la que procuramos tratar con el más tierno afecto; la devoción a los ángeles y santos, particularmente a aquellos que ejercen un especial patrocinio sobre nosotros (14); a las almas del Purgatorio, como almas queridas y necesitadas de nuestros
sufragios; el amor al Papa, como Padre común de los cristianos... La virtud de la piedad, a la que perfecciona este don, inclina también a rendir honor y reverencia a las personas constituidas legítimamente en alguna autoridad, y en primer lugar a los padres.

La paternidad de la tierra viene a ser una participación y un reflejo de la de Dios, del cual proviene toda paternidad en el cielo y sobre la tierra (15). "Ellos nos dieron la vida, y de ellos se sirvió el Altísimo para comunicarnos el alma y el entendimiento. Ellos nos instruyeron en la religión, en el trato humano y en la vida civil, y nos enseñaron a llevar una conducta íntegra y santa" (16).

El sentido de la filiación divina nos impulsa a querer y a honrar cada vez mejor a nuestros padres, a respetar a los mayores (¡cómo premiará el Señor el cuidado de los que ya son ancianos!) y a las legítimas autoridades.

El don de piedad se extiende y llega más allá que los actos de la virtud de la religión (17). El Espíritu Santo, mediante este don, impulsa todas las virtudes que de un modo u otro se relacionan con la justicia. Su campo de acción abarca nuestras relaciones con Dios, con los ángeles y con los hombres. Incluso con las cosas creadas, "consideradas como bienes familiares de la Casa de Dios" (18); el don de piedad nos mueve a tratarlas con respeto por su relación con el Creador.

Movido por el Espíritu Santo, el cristiano lee con amor y veneración la Sagrada Escritura, que es como una carta que le envía su Padre desde el Cielo: "En los libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos" (19). Y trata con cariño las cosas santas, sobre todo las que pertenecen al culto divino.

Entre los frutos que el don de piedad produce en las almas dóciles a las gracias del Paráclito se encuentra la serenidad en todas las circunstancias; el abandono confiado en la Providencia, pues si Dios se cuida de todo lo creado, mucha más ternura manifestará con sus hijos (20); la alegría, que es una característica propia de los hijos de Dios. "Que nadie lea tristeza ni dolor en tu cara, cuando difundes por el ambiente del mundo el aroma de tu sacrificio: los hijos de Dios han de ser siempre sembradores de paz y de alegría" (21).

Si muchas veces cada día consideramos que somos hijos de Dios, el Espíritu Santo irá fomentando cada vez más ese trato filial y confiado con nuestro Padre del Cielo. La caridad con todos también facilitará el desarrollo de este don en nuestras almas.


(1) Lc 11, 2.- (2) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 84.- (3) 1 Jn 3, 1.- (4) B. PERQUIN, Abba, Padre, Rialp, Madrid 1986, p. 9.- (5) Rom 8, 26.- (6) Cfr. Sal 43, 25.- (7) Sal 52, 2.- (8) Sal 72, 25.- (9) Sal 34, 5.- (10) Cfr. Rom 8, 28.- (11) Mt 25, 40.- (12) R. GARRIGOU-LAGRANGE, Las tres edades de la vida interior, Palabra, 4ª ed., Madrid 1982, vol. I, p. 191.- (13) Mt 5, 44-45.- (14) Cfr. SANTO TOMAS, Suma Teológica, 2-2, q. 121.- (15) Ef 3, 15.- (16) Catecismo Romano, III 5, 9.- (17) Cfr. M. M. PHILIPON, Los dones del Espíritu Santo, Palabra, Madrid 1983, p. 300.- (18) Ibídem .- (19) CONC. VAT. II, Const. Dei Verbum, 21.- (20) Cfr. Mt 6, 28.- (21) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Surco, n. 59.

*ORACION FINAL*

Señor, aquí estoy delante de ti. Ayúdame a tomar conciencia viva de que tú estás conmigo siempre. Esté donde esté, tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un corazón nuevo, que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus manos, Señor. Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras. Amén.
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ℙ𝕒𝕤𝕔𝕦𝕒
ℂ𝕠𝕟
𝕊𝕒𝕟𝕥𝕠
𝕋𝕠𝕞𝕒𝕤
𝕕𝕖 𝔸𝕢𝕦𝕚𝕟𝕠


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*Día 46-LA CONFIANZA EN EL PADRE CELESTIAL*

_Martes de la séptima semana de Pascua_

Por las palabras del Padre nuestro: que estás en los cielos, se nos anima a orar con confianza por tres motivos: el poder de aquel a quien pedimos, la familiaridad con nosotros y la oportunidad de nuestra oración.

I. El poder de aquel a quien pedimos está indicado, si entendernos por los cielos los cielos corpóreos. Y aun cuando Dios no esté circunscrito por lugares corpóreos, como está escrito: ¿acaso no lleno yo el cielo y la tierra? (Jer 23, 24), sin embargo, se dice que está en los cielos corpóreos para indicar dos cosas: la virtud de su poder, y la sublimidad de su naturaleza. Lo primero va contra los que dicen que todas las cosas provienen necesariamente del destino de los cuerpos celestes, y, según esta opinión, es inútil pedir algo a Dios por medio de la oración. Pero esto es una necedad, pues se dice que Dios está en los cielos como Señor de los cielos y de las estrellas. Lo segundo va contra los que en la oración se forjan de Dios imágenes corporales y fantásticas. Pero se dice en los cielos, para significar, por lo que hay de más elevado en las cosas sensibles, que la sublimidad divina excede a todas las cosas, aun al deseo y al entendimiento del hombre; por lo tanto, todo cuanto puede pensarse o desearse es menor que Dios. Por eso se dice en Job: Ciertamente Dios es grande, que sobrepuja nuestro saber (36, 26).

II. La familiaridad de Dios con nosotros está indicada, si por los cielos entendemos los santos. Pues, algunos dijeron que Dios, por razón de su elevación, no se ocupaba de las cosas humanas, según aquello de Job: Las nubes son su escondrijo, ni repara en nuestras cosas, y se pasea por los polos del cielo (22, 14); y contra éstos conviene decir y demostrar que él nos es más íntimo que nuestro íntimo mismo. Y esto da confianza a los que oran, por dos motivos:

1º) Por la proximidad de Dios, según aquello del salmo 144, 18: Cerca está el Señor de todos los que le invocan. Y San Mateo: Mas tú cuando orares entra en tu aposento, es decir, en el aposento de tu corazón.

2º) Por el patrocinio de los demás santos, en los cuales habita Dios; y éste es otro motivo de confianza para alcanzar lo que queremos por sus méritos.

III. La oportunidad o conveniencia de la oración se manifiesta si por los cielos se entienden los bienes espirituales y eternos, que constituyen la bienaventuranza. Y esto por dos motivos:

1º) Porque con ello se excita nuestro deseo hacia las cosas celestiales, ya que nuestro deseo debe dirigirse hacia donde tenemos un padre, pues allí está nuestra herencia. Buscad las cosas que son de arriba (Col 3, 1). Para una herencia incorruptible, y que no puede contaminarse, ni marchitarse, reservada en los cielos para vosotros (1 Ped 1, 4).

2º) Porque con ello se nos advierte que debemos llevar una vida celestial, que nos hace semejantes al Padre celestial, según aquello del Apóstol: Cual el celestial, tales también los celestiales (1 Cor 15, 48).

Estas dos cosas, el deseo celestial y la vida celestial, hacen aptos para pedir; y así nuestra oración se hace convenientemente. (In Oration. Dominic.)
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𝟛𝟙 𝔽𝕝𝕠𝕣𝕖𝕤 𝕡𝕒𝕣𝕒 𝕝𝕒 𝕍𝕚𝕣𝕘𝕖𝕟 𝕄𝕒𝕣𝕚𝕒

✞Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor, Dios nuestro.
✟En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

*Acto de contrición:* Señor mío, Jesucristo…

*Invocación inicial* ¡Virgen de las gracias! Haz que continúe tu protección sobre todos los hijos de la Iglesia universal que, por la gracia del Espíritu Santo, son todos hermanos. La vida de aquí abajo no está exenta de sacrificios y de cruces. Pero mirándote a ti, todo se vuelve leve y ligero. Amén.

*Peticiones*
Que tu Madre, refugio de pecadores, interceda por nosotros, para que obtengamos el perdón de nuestros pecados. Ave María.
Tú, que hiciste a tu Madre llena de gracia, concede la abundancia de tu gracia a todos los hombres. Ave María.
Tú, que quisiste nacer de María Virgen para ser hermano nuestro, haz que todos los hombres nos amemos fraternalmente. Ave María.

*Con flores a María*
En este momento, según el día del mes, se ofrece a María uno de los obsequios espirituales que se proponen más adelante.

🌻*Día 15:* María, Madre, cuando Jesús expuso las ocho bienaventuranzas, no hizo más que fijarse en ti: enséñame a llorar con los que lloran, a vivir las alegrías y sufrimientos de los demás como si fueran míos.
_Te ofrezco: ayudar a alguien que esté sufriendo._

*Oraciones finales*

*Oración de san Bernardo*
Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que ha acudido a vos, implorando vuestra asistencia y reclamando vuestro auxilio, haya sido abandonado de vos. Animado con esta confianza, a vos también acudo, oh Virgen, Madre de las vírgenes, y, aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante vuestra presencia soberana. No desechéis, oh purísima Madre de Dios, mis humildes súplicas; antes bien, escuchadlas favorablemente. Así sea.

_Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza. A ti, celestial Princesa, Virgen sagrada, María, te ofrezco en este día alma, vida y corazón; mírame con compasión; no me dejes, Madre mía._

*Regina Coeli* 👸

Reina del cielo, alégrate, aleluya, porque el que mereciste llevar en tu seno, aleluya, ha resucitado, según su palabra, aleluya. Ruega por nosotros a Dios, aleluya. Gózate y alégrate, Virgen María, aleluya. Porque verdaderamente ha resucitado el Señor, aleluya.

*Oración*
Oh Dios, que por la resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, has llenado el mundo de alegría, concédenos por intercesión de su Madre, la Virgen María, alcanzar el gozo de la vida eterna. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

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1. PROHIBIDO CORRER: Es corto; no tengas prisa en acabar. No es leer y ya está. Dale tiempo a que Ella te hable.

2 LO QUE NO ESTÁ ESCRITO ¿Sabes qué es lo mejor de este texto? Lo que no está escrito y tú le digas; la conversación que tú, personalmente, tengas con María.

*ORACIÓN INICIAL PARA CADA DÍA*

Santa María, ¡Madre de Dios y Madre mía! Eres más madre que todas las madres juntas: cuídame como Tú sabes. Grábame, por favor, estas tres cosas que dijiste:

*"NO TIENEN VINO":* presenta siempre a tu Hijo mis necesidades y las de todos tus hijos.

*"HACED LO QUE ÉL OS DIGA":* dame luz para saber lo que Jesús me dice, y amor grande para hacerlo fielmente.

"HE AQUÍ LA ESCLAVA DEL SEÑOR": que yo no tenga otra respuesta ante todo lo que Él me insinúe.


*Día 15: El rezo del Rosario*

Santo Domingo predicó mucho el rezo del Santo Rosario. Cuenta una biografía suya que un día le llevaron un pobre hombre endemoniado. El Santo puso el rosario que llevaba en el cuello de este hombre y después preguntó a los demonios que le poseían:

- De todos los Santos del cielo, ¿cuál es el que más teméis?

Los demonios se negaron a responder, debido a que había mucha gente delante y no querían revelar en público a quién tenían miedo. Como Santo Domingo insistió, una y otra vez, al final contestaron en voz alta:

- La Santísima Virgen; nos vemos obligados a confesar que ninguno de los que perseveren en su servicio se condenará con nosotros; uno solo de sus suspiros vale más que todas las oraciones, las promesas y los deseos de todos los santos. Muchos cristianos que la invocan al morir y que deberían condenarse, según las leyes ordinarias, se salvan por su intercesión. Si no se hubiera opuesto a nuestro esfuerzo hace mucho tiempo que tendríamos derribada y destruida a la Iglesia entera. Santo Domingo hizo rezar el rosario a todo el pueblo, y al fin los demonios salieron del hereje, dando aspavientos.

¡Qué suerte ser tu hijo, María! Ahora sí que digo con toda paz que no tengo miedo a nada ni a nadie. Pero sí a una cosa: a vivir sin Ti, como si fuese huérfano. Encárgate Tú, por favor, de que eso no suceda, y ya está. ¡Gracias, Madre mía!

_Ahora puedes seguir hablando a María con tus palabras, comentándole algo de lo que has leído. Después termina con la oración final._


*ORACIÓN FINAL PARA CADA DÍA*

_¡OH SEÑORA MÍA, Oh Madre mía! Yo me ofrezco enteramente a ti; y en prueba de mi amor de hijo te consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón; en una palabra, todo mi ser. Ya que soy todo tuyo, Madre buena, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén
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*Día 45- Don de Fortaleza*

*ORACION INICIAL*


Señor mío y Dios mío
Dios de la salvación renovada de generación en generación, resucita en nosotros todo lo que es muerte y lejanía de ti, danos vida y actitudes de resucitados contigo y haznos testigos de tu reino entre los hombres, por el amor, la justicia y la paz.

Pon sabiduría, Señor, en nuestro lenguaje, pon ternura en nuestra mirada, pon misericordia en nuestra mente que hace juicios, pon entrega y calor en nuestras manos, pon escucha en nuestros oídos para el clamor de los hermanos, pon fuego en nuestro corazón para que no se acostumbre a sus carencias y a su dolor.

Quédate con nosotros, haznos gustar el pan del evangelio, deja que en el camino, mientras vas con nosotros, se nos cambie la vida... Y envíanos de nuevo, audaces y gozosos, para decir al mundo que vives y que reinas, que quieres que el amor solucione las cosas, y cuentas con nosotros.

Y que Tú vas delante, como norte y apoyo, como meta y camino, hasta el fin de los días.

*MEDITACION*
*El Don de Fortaleza*

- El Espíritu Santo proporciona al alma la fortaleza necesaria para vencer los obstáculos y practicar las virtudes.
- El Señor espera de nosotros el heroísmo en lo pequeño, en el cumplimiento diario de los propios deberes.
- Fortaleza en nuestra vida ordinaria. Medios para facilitar la acción de este don.


I. La historia del pueblo de Israel manifiesta la continua protección de Dios. La misión de quienes habrían de guiarlo y protegerlo hasta llegar a la Tierra Prometida superaba con mucho sus fuerzas y sus posibilidades. Cuando Moisés le expone al Señor su incapacidad para presentarse ante el Faraón y liberar de Egipto a los israelitas, el Señor le dice: Yo estaré contigo (1). Este mismo auxilio divino se garantiza a los Profetas y a todos aquellos que reciben especiales encargos. En los cánticos de acción de gracias reconocen siempre que sólo por la fortaleza que han recibido de lo Alto han podido llevar a cabo su tarea. Los salmos no cesan de exaltar la fuerza protectora de Dios: Yahvé es la Roca de Israel, su fortaleza y su seguridad.

El Señor promete a los Apóstoles -columnas de la Iglesia- que serán revestidos por el Espíritu Santo de la fuerza de lo alto (2). El Paráclito mismo asistirá a la Iglesia y a cada uno de sus miembros hasta el fin de los siglos. La virtud sobrenatural de la fortaleza, la ayuda específica de Dios, es imprescindible al cristiano para luchar y vencer contra los obstáculos que cada día se le presentan en su pelea interior por amar cada día más al Señor y cumplir sus deberes. Y esta virtud es perfeccionada por el don de fortaleza, que hace prontos y fáciles los actos correspondientes.

En la medida en que vamos purificando nuestras almas y somos dóciles a la acción de la gracia, cada uno puede decir, como San Pablo: todo lo puedo en Aquel que me conforta (3). Bajo la acción del Espíritu Santo, el cristiano se siente capaz de las acciones más difíciles y de soportar las pruebas más duras por amor a Dios. El alma, movida por este don, no pone la confianza en sus propios esfuerzos, pues nadie mejor que ella, si es humilde, tiene conciencia de su propia endeblez y de su incapacidad para llevara cabo la tarea de su santificación y la misión que el Señor le encarga en esta vida; pero oye, de modo particular en los momentos más difíciles, que el Señor le dice: Yo estaré contigo. Entonces se atreve a decir: si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? (...). ¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? ¿Acaso la tribulación, o la angustia, o el hambre, o la desnudez, o el riesgo, o la persecución, o el cuchillo? (...). Pero en medio de todas estas cosas triunfamos por virtud de Aquel que nos amó. Por lo que estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni virtudes, ni lo presente, ni lo venidero, ni la fuerza, ni lo que hay de más alto, ni de más profundo, ni otra ninguna criatura, podrá jamás separarnos del amor de Dios, que se funda en Jesucristo Nuestro Señor (4).
Es éste un grito de fortaleza y de optimismo que se apoya en Dios.

Si dejamos que el Paráclito tome posesión de nuestra vida, nuestra seguridad no tendrá límites. Comprendemos entonces de una manera más profunda que el Señor escoge lo débil, lo que a los ojos del mundo no tiene nobleza ni poder (...), para que nadie pueda gloriarse ante Dios (5), y que no pide a sus hijos más que la buena voluntad de poner todo lo que está de su parte, para llevar Él a cabo maravillas de gracia y de misericordia. Nada parece entonces demasiado difícil, porque todo lo esperamos de Dios, y no ponemos la confianza de modo absoluto en ninguno de los medios humanos que habremos de utilizar, sino en la gracia del Señor. El espíritu de fortaleza proporciona al alma una energía renovada ante los obstáculos, internos o externos, y para practicar las virtudes en el propio ambiente y en los propios quehaceres.

II. La Tradición asocia el don de fortaleza al hambre y sed de justicia (6). "El vivo deseo de servir a Dios a pesar de todas las dificultades es justamente esa hambre que el Señor suscita en nosotros. Él la hace nacer y la escucha, según le fue dicho a Daniel: Y Yo vengo para instruirte, porque tú eres un varón de deseos (Dan 9, 23)" (7). Este don produce en el alma dócil al Espíritu Santo un afán siempre creciente de santidad, que no mengua ante los obstáculos y dificultades. Santo Tomás dice que debemos anhelar esta santidad de tal manera que "nunca nos sintamos satisfechos en esta vida, como nunca se siente satisfecho el avaro" (8).

El ejemplo de los santos nos impulsa a crecer más y más en la fidelidad a Dios en medio de nuestras obligaciones, amándole más cuanto mayores sean las dificultades por las que pasemos, dándole más firmeza a nuestro afán de santidad, sin dejar que tome cuerpo el desánimo ante la posible falta de medios en el apostolado, o al experimentar quizá que no avanzamos, al menos aparentemente, en las metas de mejora que nos habíamos propuesto. Como dejó escrito Santa Teresa: "importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella (a la santidad), venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájeselo que se trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo" (9).

La virtud de la fortaleza, perfeccionada por el don del Espíritu Santo, nos permite superar los obstáculos que, de una manera u otra, vamos a encontrar en el camino de la santidad, pero no suprime la flaqueza propia de la naturaleza humana, el temor al peligro, el miedo al dolor, a la fatiga. El fuerte puede tener miedo, pero lo supera gracias al amor. Precisamente porque ama, el cristiano es capaz de enfrentarse a los mayores riesgos, aunque la propia sensibilidad sienta repugnancia no sólo en el comienzo, sino a lo largo de todo el tiempo que dure la prueba o el conseguir lo que ama. La fortaleza no evita siempre los desfallecimientos propios de toda naturaleza creada.

Esta virtud lleva hasta dar la vida voluntariamente en testimonio de la fe, si el Señor así lo pide. El martirio es el acto supremo de la fortaleza, y Dios lo ha pedido a muchos fieles a lo largo de la historia de la Iglesia. Los mártires han sido -y son- la corona de la Iglesia, y una prueba más de su origen divino y santidad. Cada cristiano debe estar dispuesto a dar la vida por Cristo si las circunstancias lo exigieran. El Espíritu Santo daría entonces las fuerzas y la valentía para afrontar esta prueba suprema. Lo ordinario será, sin embargo, que espere de nosotros el heroísmo en lo pequeño, en el cumplimiento diario de los propios deberes.

Cada día tenemos necesidad del don de fortaleza, porque cada día debemos ejercitar esta virtud para vencer los propios caprichos, el egoísmo y la comodidad.
Deberemos ser firmes ante un ambiente que en muchas ocasiones se presentará contrario a la doctrina de Jesucristo, para vencer los respetos humanos, para dar un testimonio sencillo pero elocuente del Señor, como hicieron los Apóstoles.


III. Debemos pedir frecuentemente el don de fortaleza para vencer la resistencia a cumplir los deberes que cuestan, para enfrentarnos a los obstáculos normales de toda existencia, para llevar con paciencia la enfermedad cuando llegue, para perseverar en el quehacer diario, para ser constantes en el apostolado, para sobrellevar la adversidad con serenidad y espíritu sobrenatural. Debemos pedir este don para tener esa fortaleza interior que nos facilita el olvido de nosotros mismos y andar más pendientes de quienes están a nuestro lado, para mortificar el deseo de llamar la atención, para servir a los demás sin que apenas lo noten, para vencer la impaciencia, para no dar muchas vueltas a los propios problemas y dificultades, para no quejarnos ante la dificultad o el malestar, para mortificar la imaginación rechazando los pensamientos inútiles... Necesitamos fortaleza en el apostolado para hablar de Dios sin miedo, para comportarnos siempre de modo cristiano aunque choque con un ambiente paganizado, para hacer la corrección fraterna cuando sea preciso... Fortaleza para cumplir eficazmente nuestros deberes: prestando una ayuda incondicional a quienes dependen de nosotros, exigiendo de forma amable y con la firmeza que cada caso requiera... El don de fortaleza se convierte así en el gran recurso contra la tibieza, que lleva a la dejadez y al aburguesamiento.

El don de fortaleza encuentra en las dificultades unas condiciones excepcionales para crecer y afianzarse, si en estas situaciones sabemos estar junto al Señor. "Los árboles que crecen en lugares sombreados y libres de vientos, mientras que externamente se desarrollan con aspecto próspero, se hacen blandos y fangosos, y fácilmente les hiere cualquier cosa; sin embargo, los árboles que viven en las cumbres de los montes más altos, agitados por muchos vientos y constantemente expuestos a la intemperie y a todas las inclemencias, golpeados por fortísimas tempestades y cubiertos de frecuentes nieves, se hacen más robustos que el hierro" (10).

Este don se obtiene siendo humildes -aceptando la propia flaqueza-y acudiendo al Señor en la oración y en los sacramentos.

El sacramento de la Confirmación nos fortaleció para que lucháramos como milites Christi (11), como soldados de Cristo. La Comunión -"alimento para ser fuertes" (12)- restaura nuestras energías; el sacramento de la Penitencia nos fortalece contra el pecado y las tentaciones. En la Unción de los enfermos, el Señor da ayuda a los suyos para la última batalla, aquella en la que se decide la eternidad para siempre.

El Espíritu Santo es un Maestro dulce y sabio, pero también exigente, porque no da sus dones si no estamos dispuestos a pasar por la Cruz y a corresponder a sus gracias.


(1) Gen 3, 12.- (2) Lc 24, 29.- (3) Flp 4, 13 .- (4) Rom 8, 31-39.- (5) Cfr. 1 Cor 1, 27-29.- (6) Mt 5, 6.- (7) R. GARRIGOU-LAGRANGE, Las tres edades de la vida interior, Palabra, 2ª ed., Madrid 1978, vol. II, p. 594.- (8) SANTO TOMAS, Comentario sobre San Mateo, 5, 2.- (9) SANTA TERESA, Camino de perfección, 21, 2.- (10) SAN JUAN CRISOSTOMO, Hom. sobre la gloria en la tribulación .- (11) Cfr. 2 Tim 2, 3.- (12) Cfr. SAN AGUSTIN, Confesiones, 7, 10.

*ORACION FINAL*


Señor, aquí estoy delante de ti. Ayúdame a tomar conciencia viva de que tú estás conmigo siempre. Esté donde esté, tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un corazón nuevo, que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus manos, Señor. Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras. Amén.
╔✠❋★🕯🕯★❋✠╗

ℙ𝕒𝕤𝕔𝕦𝕒
ℂ𝕠𝕟
𝕊𝕒𝕟𝕥𝕠
𝕋𝕠𝕞𝕒𝕤
𝕕𝕖 𝔸𝕢𝕦𝕚𝕟𝕠


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*Día 47-LA FUENTE DE TODO CONSUELO*

_Miércoles de la séptima semana de Pascua_


Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
el Padre de las misericordias, y Dios de toda consolación
2 Cor 1, 3).

1. Nosotros bendecimos a Dios, y Dios nos bendice a nosotros, pero de distinta manera. Para Dios, decir es hacer, como dice la Escritura: Él dijo, y fueran hechas las cosas (Sal 32, 9). Para Dios, bendecir es hacer el bien y derramar el bien. Mas nuestro decir no es causal, reconoce solamente, expresa lo que existe. Para nosotros bendecir es lo mismo que reconocer el bien. Luego, cuando damos gracias a Dios, lo bendecimos, esto es, lo reconocernos como bueno y dador de todos los bienes.

Por consiguiente, el Apóstol rectamente da gracias al Padre, porque es misericordioso y consolador.

Los hombres necesitan sobre todo dos cosas:
1º) Que se le quiten los males, y esto lo hace la misericordia, que quita la miseria. El compadecerse es propio del Padre.
2º) Ser sostenido en los males que les sobrevienen, y esto se llama propiamente consolar, pues si el hombre no tuviese algo en que descansar su corazón, cuando le sobrevienen los males, no subsistiría. Entonces, alguien consuela a otro, cuando le lleva algún refrigerio con el que se alivia de los males. Y aun cuando en algunos males puede el hombre ser consolado, descansar y ser fortalecido, sin embargo, sólo Dios es el que nos consuela en todos los males. Por eso dice: Dios de toda consolación, porque sí pecas, te consuela Dios, pues es misericordioso. Si eres afligido, él te consuela, o sacándote de la aflicción con su poder, o juzgando con justicia. Si trabajas, te consuela recompensándote: Yo soy tu galardón (Gen 15, 1). Por eso se dice: Bienaventurados los que lloran (Mt 5, 5).
II. Para que podamos también consolar a los que están en toda angustia (2 Cor 1, 4).
Existe un orden en los dones divinos. Pues Dios da a algunos dones especiales, para que éstos, a su vez, los derramen para utilidad de los demás; así no da la luz al sol para que se alumbre a sí mismo, sino a todo el mundo; por eso quiere que recaiga sobre los otros alguna utilidad de todos nuestros bienes, ya sean riquezas, poder, ciencia, sabiduría. Y así dice el Apóstol: El cual nos consuela en toda nuestra tribulación; pero ¿para qué? No únicamente para nuestro bien personal, sino para que ello aproveche a los demás. Por eso dice: para que podamos también consular.

Podemos consolar a otro por el ejemplo de nuestra consolación; pues quien no ha experimentado consuelo, no sabe consolar. El espíritu el Señor sobre mí... para consolar a todos los que lloran (Is 61, 1-2).

Podemos consolar exhortando a la paciencia en los padecimientos, prometiendo premios eternos. Y de este modo nuestro consuelo se convierte en el consuelo de los otros.
(In II Cor., 1, 3)
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2024/05/16 14:45:12
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