Channel: Dulce Melancolía
—Papá… está muy oscuro. ¿Dónde estamos? —preguntó Elia con voz temblorosa.
—Tranquilo, hijo. Todo estará bien. Estamos por llegar a un lugar mejor —respondió su padre con un tono pausado, casi susurrante.
—¿De verdad? —Elia lo miró con duda.
—Así es… muy pronto.
Elia se removió inquieto en la carreta. Apenas podía ver más allá de la silueta de su padre guiando los caballos. Todo era negrura y frío.
—¿Y mamá?
—Está justo a nuestro lado, hijo. Mírala… está dormida en la carroza. No la molestes, está muy cansada… así que shhh…
La mañana siguiente, Elia despertó con un sobresalto.
El bosque a su alrededor era espeso y sombrío, envuelto en una bruma que parecía sofocar el aire. Se frotó los ojos.
—¿Dónde… dónde estoy?
Miró a su alrededor. La carreta no estaba. Su padre tampoco. Su madre…
—No, no… esto es un sueño…
Se puso de pie de golpe.
—¡Papá! ¡Mamá! ¡¿Dónde están?!
El eco de su propia voz se disolvió en el vacío del bosque. Entonces, por el rabillo del ojo, vio algo moverse entre los árboles.
Un escalofrío le recorrió la espalda.
—No estoy solo…
Elia tragó saliva y avanzó unos pasos, con la piel erizada.
—¿Papá? ¿Mamá?
Un crujido en la maleza lo hizo girar bruscamente. Allí, entre las sombras, una figura se deslizaba, apenas perceptible, como si la oscuridad misma le diera forma.
—Ellos no están aquí —susurró una voz retorcida, que se filtró en su mente como un veneno.
Elia contuvo el aliento.
—¿Quién… quién eres?
—Eso no importa. Yo sé dónde están.
Elia sintió sus piernas temblar.
—¿Puedes… puedes llevarme con ellos?
La sombra se inclinó apenas, dejando ver una sonrisa grotescamente alargada.
—Por supuesto, amiguito… solo sígueme.
Elia caminó tras la sombra. El tiempo se volvía borroso, como si estuviera atrapado en un bucle eterno. Cada árbol le resultaba igual al anterior. Cada paso lo hundía más en la oscuridad.
—No estamos llegando a ninguna parte… —murmuró con un nudo en la garganta.
La sombra soltó una risita ahogada.
—¿De verdad crees que puede haber algo peor en la oscuridad que yo?
Elia tragó saliva.
—Solo… solo quiero a mis padres… No te conozco. No sé qué eres. Tengo miedo.
—¿Miedo? —la sombra ladeó la cabeza, su sonrisa ensanchándose de forma antinatural—. Bueno, yo también tendría miedo de mí… pero no tienes otra opción más que confiar, ¿cierto?
Elia apretó los puños. Algo no estaba bien.
Entonces, lo notó.
El arbusto a su lado… lo había visto antes. Era idéntico al que estaba junto a él cuando despertó.
Su respiración se volvió errática.
—No…
Miró a su alrededor, cada detalle del bosque clavándose como agujas en su mente. Llevaba caminando en círculos.
—Ya lo entendiste, ¿verdad? —susurró la sombra, su voz resonando como un eco distorsionado—. Nunca te has ido de aquí.
Elia sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—¿Qué… qué significa eso?
La sombra rió suavemente.
—Mira junto a ese arbusto que reconociste… mira tu reflejo.
Con el corazón martillándole el pecho, Elia se acercó. Se inclinó…
Y entonces, lo vio.
Su propio cuerpo, tendido en el suelo. Piel pálida. Ojos abiertos, vacíos.
Retrocedió con un grito ahogado.
—No… no…
—Levanta la vista —dijo la sombra con voz sedosa—. Míralo.
Elia alzó la mirada con terror. Y allí, suspendido entre las ramas de un árbol, vio la silueta de su padre, columpiándose con un lazo al cuello.
La desesperación le estranguló el pecho.
—Papá…
—Y justo detrás del arroyo… ahí está mamá.
Elia giró el rostro, los ojos nublados por el miedo. Y allí, en el agua turbia, vio el cuerpo de su madre flotando, inmóvil.
Un sollozo se atoró en su garganta.
—No… esto no es real…
—Oh, es más real de lo que crees…
La sombra se acercó a él lentamente, como si disfrutara de cada segundo.
—Ahora, mira bajo tus pies.
Elia tembló, pero no pudo evitar bajar la mirada. Entre las hojas húmedas, vio el brillo de un objeto metálico.
Un revólver.
Sus dedos se crisparon. Su mente se llenó de un torbellino de recuerdos que no había querido aceptar.
Un disparo.
Dos.
Tres.
El silencio.
—Tranquilo, hijo. Todo estará bien. Estamos por llegar a un lugar mejor —respondió su padre con un tono pausado, casi susurrante.
—¿De verdad? —Elia lo miró con duda.
—Así es… muy pronto.
Elia se removió inquieto en la carreta. Apenas podía ver más allá de la silueta de su padre guiando los caballos. Todo era negrura y frío.
—¿Y mamá?
—Está justo a nuestro lado, hijo. Mírala… está dormida en la carroza. No la molestes, está muy cansada… así que shhh…
La mañana siguiente, Elia despertó con un sobresalto.
El bosque a su alrededor era espeso y sombrío, envuelto en una bruma que parecía sofocar el aire. Se frotó los ojos.
—¿Dónde… dónde estoy?
Miró a su alrededor. La carreta no estaba. Su padre tampoco. Su madre…
—No, no… esto es un sueño…
Se puso de pie de golpe.
—¡Papá! ¡Mamá! ¡¿Dónde están?!
El eco de su propia voz se disolvió en el vacío del bosque. Entonces, por el rabillo del ojo, vio algo moverse entre los árboles.
Un escalofrío le recorrió la espalda.
—No estoy solo…
Elia tragó saliva y avanzó unos pasos, con la piel erizada.
—¿Papá? ¿Mamá?
Un crujido en la maleza lo hizo girar bruscamente. Allí, entre las sombras, una figura se deslizaba, apenas perceptible, como si la oscuridad misma le diera forma.
—Ellos no están aquí —susurró una voz retorcida, que se filtró en su mente como un veneno.
Elia contuvo el aliento.
—¿Quién… quién eres?
—Eso no importa. Yo sé dónde están.
Elia sintió sus piernas temblar.
—¿Puedes… puedes llevarme con ellos?
La sombra se inclinó apenas, dejando ver una sonrisa grotescamente alargada.
—Por supuesto, amiguito… solo sígueme.
Elia caminó tras la sombra. El tiempo se volvía borroso, como si estuviera atrapado en un bucle eterno. Cada árbol le resultaba igual al anterior. Cada paso lo hundía más en la oscuridad.
—No estamos llegando a ninguna parte… —murmuró con un nudo en la garganta.
La sombra soltó una risita ahogada.
—¿De verdad crees que puede haber algo peor en la oscuridad que yo?
Elia tragó saliva.
—Solo… solo quiero a mis padres… No te conozco. No sé qué eres. Tengo miedo.
—¿Miedo? —la sombra ladeó la cabeza, su sonrisa ensanchándose de forma antinatural—. Bueno, yo también tendría miedo de mí… pero no tienes otra opción más que confiar, ¿cierto?
Elia apretó los puños. Algo no estaba bien.
Entonces, lo notó.
El arbusto a su lado… lo había visto antes. Era idéntico al que estaba junto a él cuando despertó.
Su respiración se volvió errática.
—No…
Miró a su alrededor, cada detalle del bosque clavándose como agujas en su mente. Llevaba caminando en círculos.
—Ya lo entendiste, ¿verdad? —susurró la sombra, su voz resonando como un eco distorsionado—. Nunca te has ido de aquí.
Elia sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—¿Qué… qué significa eso?
La sombra rió suavemente.
—Mira junto a ese arbusto que reconociste… mira tu reflejo.
Con el corazón martillándole el pecho, Elia se acercó. Se inclinó…
Y entonces, lo vio.
Su propio cuerpo, tendido en el suelo. Piel pálida. Ojos abiertos, vacíos.
Retrocedió con un grito ahogado.
—No… no…
—Levanta la vista —dijo la sombra con voz sedosa—. Míralo.
Elia alzó la mirada con terror. Y allí, suspendido entre las ramas de un árbol, vio la silueta de su padre, columpiándose con un lazo al cuello.
La desesperación le estranguló el pecho.
—Papá…
—Y justo detrás del arroyo… ahí está mamá.
Elia giró el rostro, los ojos nublados por el miedo. Y allí, en el agua turbia, vio el cuerpo de su madre flotando, inmóvil.
Un sollozo se atoró en su garganta.
—No… esto no es real…
—Oh, es más real de lo que crees…
La sombra se acercó a él lentamente, como si disfrutara de cada segundo.
—Ahora, mira bajo tus pies.
Elia tembló, pero no pudo evitar bajar la mirada. Entre las hojas húmedas, vio el brillo de un objeto metálico.
Un revólver.
Sus dedos se crisparon. Su mente se llenó de un torbellino de recuerdos que no había querido aceptar.
Un disparo.
Dos.
Tres.
El silencio.
La sombra se inclinó sobre él, susurrándole al oído:
—¿Lo entiendes ahora?
Elia cayó de rodillas. Lágrimas ardientes rodaban por sus mejillas.
—No… no puede ser…
La sombra sonrió.
—Bienvenido a casa, Elia.
Y entonces, la oscuridad lo envolvió por completo.
—¿Lo entiendes ahora?
Elia cayó de rodillas. Lágrimas ardientes rodaban por sus mejillas.
—No… no puede ser…
La sombra sonrió.
—Bienvenido a casa, Elia.
Y entonces, la oscuridad lo envolvió por completo.
La magnitud de lo incomprensible
Antes solía buscar un propósito. Quería entender qué significaba tener uno, como si la vida me debiera una respuesta clara, un camino trazado.
Recuerdo que de pequeño solía escuchar a algunas personas hablar sobre tener uno, que de alguna manera deberíamos encontrarlo, que esa era nuestra meta. Después comprendí que esa pregunta no tiene una sola respuesta, y que cada quien la contesta como le plazca, o simplemente no la contesta nunca. "El mundo es tan grande y mis pensamientos son tan pequeños."
Desde entonces, algo cambió. Dejé de buscar el "por qué" de la vida… y empecé a mirar directamente a la existencia misma.
Empecé a sentirme como una burbuja de orden flotando en un mar de caos infinito. Un caos que es natural, que en escencia lo es todo. Un caos que no se puede comprender, solo presenciar. Y me fascina. Me atrae lo desconocido. Lo incomprensible. Todo aquello que habita más allá del lenguaje, más allá de la mente.
Hoy sentí una sombra conocida. Esa tristeza suave, que llega por la tarde, aquella que se postra sobre tí, aquella que se convierte en una carga. Me bañé, buscando reiniciarme… y mientras el agua caía, volví a pensar en lo pequeño que soy, en lo absurdamente insignificante que es hacerme estas preguntas, cuando todo lo que conozco, no es más que un parpadeo dentro de algo que jamás entenderemos.
"Mis pensamientos son insignificantes ante la magnitud de la existencia misma."
Y quizá eso esté bien. Quizá no tengo que entenderlo todo. Quizá lo importante no es la respuesta, sino el eco de la pregunta resonando en mí.
Antes solía buscar un propósito. Quería entender qué significaba tener uno, como si la vida me debiera una respuesta clara, un camino trazado.
Recuerdo que de pequeño solía escuchar a algunas personas hablar sobre tener uno, que de alguna manera deberíamos encontrarlo, que esa era nuestra meta. Después comprendí que esa pregunta no tiene una sola respuesta, y que cada quien la contesta como le plazca, o simplemente no la contesta nunca. "El mundo es tan grande y mis pensamientos son tan pequeños."
Desde entonces, algo cambió. Dejé de buscar el "por qué" de la vida… y empecé a mirar directamente a la existencia misma.
Empecé a sentirme como una burbuja de orden flotando en un mar de caos infinito. Un caos que es natural, que en escencia lo es todo. Un caos que no se puede comprender, solo presenciar. Y me fascina. Me atrae lo desconocido. Lo incomprensible. Todo aquello que habita más allá del lenguaje, más allá de la mente.
Hoy sentí una sombra conocida. Esa tristeza suave, que llega por la tarde, aquella que se postra sobre tí, aquella que se convierte en una carga. Me bañé, buscando reiniciarme… y mientras el agua caía, volví a pensar en lo pequeño que soy, en lo absurdamente insignificante que es hacerme estas preguntas, cuando todo lo que conozco, no es más que un parpadeo dentro de algo que jamás entenderemos.
"Mis pensamientos son insignificantes ante la magnitud de la existencia misma."
Y quizá eso esté bien. Quizá no tengo que entenderlo todo. Quizá lo importante no es la respuesta, sino el eco de la pregunta resonando en mí.
Gracias ansiedad y miedo por enseñarnos cual es el camino correcto🙏
Nunca quise ser. Pero soy. Y ya que soy, quiero ver qué sigue. Tal vez no por fe, solo por curiosidad. Con eso me basta para seguir respirando hoy.
LNS
LNS
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